Reflexiones de un ser anónimo que su máxima pasión es ver a la gente vivir mejor y sentirse mejor
- Leonardo Lee
- 17 nov
- 10 Min. de lectura
Si no te amas, ¿Cómo me vas a amar?
Cuando no aceptaste que no te amabas, entonces jamás pudiste amarte. Peleamos muchas veces… yo sólo quería que te amaras, que te vieras, que te sintieras y que te valoraras para que después me amaras, vieras, me abrazaras. Pero no fue así, te aferraste a sentirte incómoda e inferior a los demás. Te aferraste a tu historia, te aferraste a la violencia y a la perversión de tu padre. Estabas enamorada de él por eso no podías estar enamorada de mi… Te hiciste a una lado de la vida y me hiciste a un lado de ti. Sin darte cuenta me alejaste, me rechazaste de la misma manera que te rechazabas a ti. Ignoraste mi corazón de la misma manera que ignoraste el tuyo. Por años me dijiste: “me tengo que reconstruir y ese día estaremos bien”. Esperé muchos años, quizás unos 20 a que te reconstruyeras, intentaba ayudarte con todo mi amor y todos mis conocimientos y toda mi alma. Solo creía que podía ayudarte a amarte, pero pasaban los años y no sucedía. Llorabas y me decías: “tengo que reconstruirme”… y así pasaron muchos años. Y cuando finalmente lo hiciste, te fuiste.
Quedé destruido, lleno de culpas. Pensaba todas las noches que te había destrozado la vida, que no te había logrado aceptar tal cual y como eras. De pronto recordaba cuando me decías que era un mal padre, que era un hombre exageradamente egoísta, que solo me interesaba mí mismo y yo te decía: “ese no soy yo, es tu papá, ese hombre que te hizo tanto daño fue tu padre” a lo que contestabas con gritos y golpes: “¡No te metas con mi familia, no te metas con mi papá!” Intentaba explicarte que no era así lo que te decía, pero tu rabia y tu violencia eran imparables. Aprendí a callar, aprendí a aceptar, aprendí a vivir sin cariño, aprendí a vivir sin pasión, sin sexo, sin caricias, aprendí a vivir sin abrazar, sin besar. Con los años, me convertí en una máquina de trabajo y de responsabilidades. Cuando quería dar amor, no se recibía. Cuando pedía amor o esperaba amor, no había.
En mi trabajo y en el dinero que ganaba, ahí si había reconocimiento.
Sin embargo, este era relativo, jamás me acompañaste a las entregas de mis premios. Jamás me acompañaste a las cenas o cumpleaños de mis amigos. Alguna vez si fuiste, y a la mitad del evento te fuiste sin avisar.
Salíamos a cenar solos para intentar estar mejor y salías disparada de los restaurantes a la mitad de la cena directo a la calle. Te quitabas los tacones y caminabas por las calles molesta y enojada. Yo me sentía tremendamente culpable porque desde niño me había prometido que jamás haría sentir mal a una mujer. Mucho menos a ella, mi amada esposa, hoy mi ex esposa.
Te pedía perdón y disculpas todo el tiempo. Me sentía culpable y totalmente responsable de yo provocar el desamor y el rechazo. Luchaba por ser mejor cada día, mas suave, mas tierno, mas comprensivo, escucharte y no interrumpirte, me disculpaba y te pedía perdón todo el tiempo por mis errores y por los tuyos.
Con el tiempo, dejé de sentir, renuncié a mi música, renuncié a escribir. Solo pensaba, solo analizaba la vida, me analizaba a mi, me volví frío, exageradamente racional, dejé de confiar, perdí la ingenuidad la que mi primera terapeuta me decía que tenía que dejar de ser tan ingenuo o que el mundo me aplastaría si seguía siendo ingenuo, eso sí, muy inteligente. Pero fui perdiendo mi esencia sensible y sentimental. Cuando era joven sentía la vida profundamente; escribía, cantaba… todo eso se acabó. Me equivoqué, lo hice mal, elegí mal, creí que podía ayudar a quien no quería ser ayudado. Amé a quien no se amaba hasta el punto de la humillación. Hoy la amo aún, pero desde otro lugar porque amo a quien realmente no quiere ser, pero yo si se quien realmente es aunque ella quiera tener a esa mujer dormida y
escondida. No importa, yo amo a la que ella realmente es aunque ella no quiera ser lo que es. Hoy no estoy con ella porque me lastima lo que ella se hace a sí misma.
Si no te cuidas, ¿cómo me vas a cuidar?
Si no te ves, ¿cómo me vas a ver?
Si no te sientes, ¿cómo me vas a sentir?
Si no te escuchas, ¿cómo me vas a escuchar?
Si no te valoras, ¿cómo me vas a valorar?
Si no te reconoces, ¿cómo me vas a reconocer?
Si no estás orgullosa de ti, ¿cómo vas a estar orgullosa de mi?
Era como si no existiera, mis necesidades desamor, de cariño parecía que no te importaban, las ignorabas e incluso te burlabas cuando enfermaba. Tu respuesta era simplemente: “yo no soy doctor.”
Tu dices que estuviste ahí y sí, tienes razón. Ahí estuviste haciendo la comida, cuidando de la casa y las tareas de los hijos, racional y fría haciendo tus deberes incluso con los hijos.
Yo te elegí sin saber bien lo que elegía porque en ese entonces, ni siquiera sabía quien era yo. Pensaba que yo era débil, que no valía nada para una mujer ni para el mundo en general. Era muy joven, venía de un hogar muy disfuncional. Un padre totalmente dependiente que ni siquiera podía con su propia vida. Una mamá sumamente responsable, sumamente ordenada, preocupada eternamente por sacarnos adelante y por el dinero. No tomaba buenas decisiones para ella misma, era totalmente sumisa y sobre protectora en especial, con mi hermano mayor. Era sumisa incluso ante la presión y la violencia de los hombres incluyendo mi hermano mayor.
Lo único que yo deseaba desde niño, era no ser como mi papá. No quería ser sin hombre que hiciera sufrir a las mujeres. Sólo quería ser trabajador, ser un buen proveedor para que mi futura esposa fuera (ésta quien fuera), estuviera segura, tranquila, feliz, que estuviera con los hijos y no necesitara sufrir como sufrió mi madre. El pequeño gran detalle es quejamos pensé el tipo de mujer que tenía que elegir para esa meta de vida que quería cumplir. Sólo estaba concentrado en aprender a ser hombre y un buen hombre. Observaba todo el tiempo en la calle, en los familiares, en la escuela el tipo de hombre que quería ser. A que me dedicaría, en que trabajaría. Jamás pensé en tener un empleo, siempre me visualicé por mi cuenta. Cuando estudié para abogado, me veía en mi propio despacho, cuando estudié psicología, me veía en mi propio consultorio.
Cuando era niño, jamás recibí una afirmación positiva de ninguna índole. Mi madre jamás dijo: “¡que bien lo haces!” o “¡que bueno eres en esto!”, por el contrario, ella se quejaba con mi papá de que a los ocho años de edad me sentía psicólogo y que le daba consejos o le decía en lo que estaba equivocada a lo que mi padre le decía: “a su corta edad, lo es.”
La relación con mi papá era una relación con muchos altibajos emocionales. Era un hombre sumamente inteligente para entender las cosas de la vida y en especial de la vida del ser humano; era un hombre culto, pero no era trabajador, su sentido de responsabilidad consigo mismo y con los demás era nulo.
Cuando tenía como 9 años de edad, me llamaba frecuentemente para decirme que estaba enfermo o que no tenía que comer, que habían pasado unos tres días y no había comido nada. Yo me sentía fatal al escuchar esas palabras por el teléfono, pero no lloraba ni le decía nada a mi mamá porque ella sufría mucho la falta de dinero. Yo pensaba: “¿cómo le ayudo a mi papá?”, no pensaba en quien podría ayudar a resolverle su situación. Desde muy chico aprendí a no recibir ayuda, lo cual lastimó mi vida por muchos años ya que no aprendí a recibir, sólo sabía dar y eso mismo me llevó a coincidir con personas que no sabían dar, solo recibir. Entonces, salía a la calle a buscar a algún vecino al que le pudiera ayudar con algo; ir a la tienda, lavarle su coche, ayudarle con la limpieza, o lo que fuera con tal de ganar unas cuantas monedas. Afortunadamente siempre encontraba a alguien que si quería que le ayudara entonces, tomaba un camión que me llevaba al metro de la Ciudad de México ya que nosotros vivíamos a las afueras de la ciudad. Finalmente, y después de un par de transbordos, llegaba hasta Tlalpan en la Ciudad de México para llevarle dinero a mi papá, comía con el y me regresaba a mi casa. Recuerdo bien que me regresaba con el corazón hecho pedazos casi casi lloraba en el camino de regreso, me preocupaba muchísimo por mi padre, pensaba que al día siguiente que comería. Por las noches no podía dormir, me preocupaba por que escuchaba a mi madre llorando toda la noche. La escuchaba sonarse la nariz una y otra vez y volvía a llorar. Un día cuando mi padre vivía en casa con nosotros y yo tenía como seis años, en la noche desperté abruptamente, se oían gritos y golpes. Mi padre había goleado a mi madre y yo estaba tremendamente asustado metido debajo de las cobijas le rogaba a Dios que se detuviera todo. Tenía mucho miedo que entrara a mi cuarto y me golpeara a mi o a alguno de
mis hermanos.
Ahora veo que tenía mucho miedo todo el tiempo. Tenía miedo a la violencia, tenía miedo que a mi madre le pasara algo en el transporte público… ¡era tan solo un niño! Me sentaba llorando en un sillón verde de la sala que estaba pegado a la ventana yo lloraba y lloraba esperando a mi madre llegara a casa en la noche después del trabajo. A veces se retrasaba y a mis pensamientos llegaban escenas trágicas de que pudiera haberle pasado algo. En aquellos tiempos había la noticia de un violador por donde vivíamos y yo vivía aterrado de que algo le pudiera pasar a mi madre. Llovía, sonaban los truenos, el cielo se encendía con los rayo y yo no podía para de llorar pensando que era demasiado oscuro, que llegaría empapada a la casa o incluso que quizás no llegaría.
Cuando la veía abrir la reja de la casa, salía disparado a la cama para que no me regañara por estar despierto tan tarde. Sentía alivio, finalmente había llegado y así cada noche de cada día pasaba lo mismo.
Viví mi infancia y adolescencia con pobreza económica, con pobreza de amor la mayor parte de mi vida con mi familia viví preocupado por la comida, por mis padres, por mis hermanos. Intenté hacer todo el tiempo cosas para que estuvieran bien. No vi por mi ni en la infancia ni en la adolescencia, ni en la adultez hasta que un día desperté y lo empecé a hacer.
Es muy doloroso amar a quien no se ama.
Quien no se ama, no se ocupa de sí mismo, el que no se ama, puede dejar a un lado su salud, sus compromisos consigo mismo, prometer cambios que nunca hará o sólo serán temporales. Prometerá hacer las cosas bien para evitar la confrontación o el conflicto, pero mientras que no esté convencido de dejar a un lado lo que le daña; ya sean estas personas, comida, alcohol, drogas, malos hábitos, falta de ejercicio, etc. Sólo serán cambios temporales -amar a quien no se ama, duele- por ello, y sin culpas tengo derecho seguir mi camino sin cargar a los que no quieren tomar la decisión de amarse y amar.
Amar a quien no se ama siempre va a generar dolor. Las personas que no se aman a sí mismas, no se comprometen con el bienestar de los demás, no son capaces de pensar en los demás, ya que en ni siquiera son capaces de pensar en sí mismas. Se ofenden rápidamente cuando se les dice la verdad, difícilmente agradecen el tiempo que se les dedica para que puedan mejorar algo en su vida. Las personas que no se aman, no son congruentes, dicen una cosa y hacen otra, dejan las cosas para después, postergan, no son perseverantes ni llegarán a sus metas. Utilizarán la queja como excusa para no llegar a la vida que quieren y que desean y no son capaces de llegar a esa vida porque en realidad tienen el deseo profundo de dejar de sufrir y de quejarse por lo tanto, no llegarán a donde quieren porque si lo hicieran no tendrían de que quejarse.
Con el tiempo también mi vida. Me hice responsable de mi, de mi amor propio. Me centré en mis defectos pasados y presentes, me hice una gran vida económicamente, emocionalmente, intelectualmente y me dediqué a superarme a mí mismo, a ayudarme y a aprender para poder ayudar y enseñar a los demás.
Después de tantos años de trabajar con ahínco, perseverancia, tenacidad, humildad, a veces con temor, frustración, impotencia fui logrando lo que me había propuesto. Dejar este mundo mejor de como lo encontré.
Son mas de un millón de personas quedan cambiado su vida a partir de este compromiso.
Vivo todos los días y uno a la vez dando gracias todos los días por reconocer mi pasado, llorarlo, sufrirlo, sentir que por momentos me tragaría mi pasado y que no podría conseguir lo que me había propuesto. Pasé por varias enfermedades; cáncer, lupus, un infarto cerebral, lamerte de mi primer hijo, el divorcio, entre otros. Todo sanado con perseverancia, tenacidad, con la mente y el alma una super quiebra económica donde perdí lo que había construido en 24 años. Me levanté otra vez, aprendí las lecciones más importantes de mi vida; regresar a mi, ser yo y trabajar con amor y con compasión y entregando todo mi ser en todas las consultas en todos los cursos y en todas las asesorías y estrategias empresariales todos los días y uno a la vez. Poco a poco y año con año me fui levantando de nuevo, solo que ahora con paz, serenidad y certeza de que no controlo nada y que el futuro traerá lo que tenga que traer.
Hoy a mis 57 años, quiero seguir ayudando a través de la sabiduría, el amor y la compasión. Hoy camino mas lento, ya no me persigue de cerca el monstruo del fracaso porque ya fracasé. Sé que estoy solo y hago e camino solo. Me acompaña la vida, las experiencias, los aprendizajes, los errores y las caídas y por supuesto mi jefe del trabajo y de mi vida… DIOS, para quien he trabajado por más de 40 años.
He cometido tantos errores en mi vida, en el trabajo, en el dinero y en el amor que finalmente aprendí y hoy tengo e privilegio de ayudar a otros con conocimientos reales científicos y con una gran experiencia de vida.






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